En la infancia son como héroes. Nos ayudan en todo lo que hacemos y nos cuidan de todo lo malo que ocurre a nuestro alrededor. Nos enorgullecen con cada cosa que hacen. No tienen ningún defecto. Eso es al menos lo que nuestros ojos nos hacen ver en esa edad de despreocupación. Pero más tarde cuando nos quitamos las vendas que nos cubren la vista, nos damos cuenta que no son lo que parecían ser hace unos años. Esas grandes figuras que creíamos eran invencibles, se transforman en algo común para nosotros y todo lo que pensábamos se viene debajo de un momento a otro. El orgullo se convierte en vergüenza, las alegrías se transforman en insultos que no arreglan nada y solo generan más tensión en una relación que debería ser armoniosa. Aunque intentes arreglar la situación todo el esfuerzo es en vano porque no escuchan lo que tenés para decir, solo se encierran en sus pensamientos sin tratar de escucharte, porque nosotros solo somos chicos, no sabemos lo necesario y no podemos opinar sobre nada.
Autor: Guido López
Editor: Rocio Eciolaza
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